LA INCORPORACIÓN DE LAS MUJERES A LAS SOCIEDADES CIENTÍFICAS
La ciencia oficial se desarrolló en Europa a partir del siglo XVII en torno a las Academias Científicas, primer paso en las institucionalización de la ciencia, en las que se impidió expresamente la participación de las mujeres: la Real Sociedad de Londres, creada en 1662, no admitió a ninguna mujer como miembro de pleno derecho hasta 1945; la Academia de Ciencias de París, nacida en 1666, vetó la entrada a Emilie de Châtelet y a Marie Curie (1911), y admitió una mujer por primera vez en 1962; la Academia Sueca de Ciencias no admitió en 1885 a Sofia Kovalevskaia, aun siendo ya profesora de la Universidad de Estocolmo; en la Academia de Ciencias de Berlín, fundada en 1700, las primeras mujeres admitidas fueron Lise Meitner en 1949 e Irène Joliot-Curie en 1950. Fueron las Academias de Ciencias de EEUU las primeras en admitir la entrada de mujeres, aunque sólo a partir de 1925. En la Academia de Ciencias Española, la primera mujer que entró fue Margarita Salas, en 1988.
En España, el primer caso en la creación de Academias lo encontramos durante la Ilustración en las "Sociedades Económicas de Amigos del País", creadas a finales del XVIII por el monarca Carlos III. Estas Sociedades suponían la institucionalización de los "salones" de los aristócratas, pero, a diferencia de éstos, en los que las mujeres aristócratas participaron activamente, las Sociedades Económicas recién creadas no permitieron el acceso a las mujeres. Josefa Amar y Borbón se preguntaba "cómo una Sociedad cuyo nombre es de «Amigos del País» puede excluir de su seno a toda una parte del país, la más numerosa, que son las mujeres". El debate establecido en la alta sociedad sobre la conveniencia o no de la entrada de las mujeres en las sociedades tenía para ella una sola causa: "Los hombres en esta discusión llevan ventaja, pues son ellos los que se han erigido a sí mismos en jueces del litigio, al tomar en sus manos la decisión de admitir o no a las damas".
En el siglo XIX comenzó un proceso de institucionalización y profesionalización de la ciencia que supuso, entre otras cosas, la formación de nuevas barreras para la dedicación científica de las mujeres. El proceso de profesionalización llevaba consigo la necesidad de obtener los títulos académicos necesarios para participar en las instituciones científicas, algo imposible para las mujeres puesto que no tenían acceso a la enseñanza superior. La participación en las sociedades científicas fundadas a lo largo del siglo XIX estuvo de esta manera vedada a las mujeres, aunque con algunas diferencias en función del tipo de sociedades y de los países. Por ejemplo, las Asociaciones para el Progreso de las Ciencias nacieron con vocación interdisciplinar, y estaban abiertas al público aficionado, y su máximo exponente de actividad residía en la organización de congresos científicos y en la publicación de sus actas. Sin embargo, la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, constituida en 1848, con pretensiones profesionales mucho más estrictas, tardó 140 años en admitir por primera vez a una mujer como socia.
En España, dada la precariedad del desarrollo científico y de la enseñanza de las ciencias en el siglo XIX, no había realmente grandes posibilidades de competencia femenina en cuanto a la dedicación profesional a la ciencia. En una sociedad en que incluso la enseñanza primaria de las mujeres estaba más enfocada a las tareas "propias de su sexo" que a la formación intelectual, la demanda posible de mujeres que pudieran entrar en las universidades y en las sociedades científicas era realmente escasa, aun sin existir barreras legales para su acceso. Sólo en el campo de la medicina se conoce un momento en que existiera debate, y fue en relación con las primeras doctoras en Medicina españolas: Dolores Aleu y Riera, que fue admitida en 1882 por la Sociedad Francesa de Higiene (aun antes de obtener el doctorado), y Martina Castells, a la que fue negado el acceso a la Sociedad Ginecológica Española en 1891.
En el caso de la Sociedad Española de Historia Natural (SEHN), que no estaba ligada a un ejercicio profesional concreto, fueron admitidas en su inicio (1871) tres mujeres como socias fundadoras (las aristócratas Duquesa de Mandas, Marquesa de Casa Loring y Condesa de Oñate); su inclusión no significa sin embargo que tuvieran una dedicación científica, ya que esta categoría se podía adquirir mediante el pago de una cuota especial. Entre 1871 y 1936 hubo un total de 72 mujeres socias de la SEHN; en 1914 representaban el 2% del total de socios, y en 1934 el 4%. De las 72 socias existentes en este periodo, 3 trabajaron en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, 1 en el Jardín Botánico, 1 en el Instituto Español de Oceanografía, 15 eran alumnas de Ciencias Naturales y 15 licenciadas en esta especialidad, de forma que el 38% (30) de las mujeres socias de la RSEHN estaban ligadas, como alumnas o licenciadas, a la Sección de Ciencias Naturales de la Universidad Central, y el 7% (5) trabajaban en el Museo y otras instituciones relacionadas con la Biología, es decir, se dedicaban profesionalmente a las ciencias naturales.
Bibliografía
Magallón Portolés, Carmen. Pioneras españolas en las ciencias. Las mujeres del Instituto Nacional de Física y Química. Madrid: C.S.I.C.; 1998.
Van den Eynde, Ángeles. Género y ciencia, ¿términos contradictorios? Un análisis sobre la contribución de las mujeres al desarrollo científico. Revista Iberoamericana De Educación. 1994; (nº 6):79-102.
Salas, G. y Sánchez-Guerrero, M. (1990), p. 13 (texto de Doña Josefa Amar y Borbón, aristócrata aragonesa, en torno a 1780).
Ausejo, Elena. La Academia de Ciencias Exactas, Físico-Químicas y Naturales de Zaragoza (1916-1936). Cuadernos de Historia de la Ciencia. 1987; 4.
1 comentario
anonimo -
Desde ya muchas gracias